¿Hemos entrado en una nueva era?
La disminución del peso del dólar, la desintegración de los sueños europeos, la carrera armamentística en Asia y la parálisis de la ONU son indicadores de cambio que anuncian que hemos cruzado una línea divisoria histórica
03/11/2011
Esta é a abertura do artigo Paul Kennedy, autor de "Ascensão e Queda das Grandes Potências" - livro publicado no Brasil pela Editora Campus -. mostrando que, a despeito de não estarmos vivendo nenhum período histórico semelhante ao que antes produziu alterações no quadro de hegemonia mundial - desdobramento de grandes guerras, onde "valores mais altos se alevantam"-. Desta feita, a questão é posta por conta das consequências já evidentes da revolução tecnológica, principalmente na área das comunicações. Segue a íntegra do artigo
Un parteaguas es
una línea divisoria de aguas, un límite entre dos zonas en las que
las aguas caen en direcciones opuestas. La palabra puede emplearse
también para describir un fenómeno histórico y político: un hito,
un momento trascendental, el instante en el que las actividades y
circunstancias humanas atraviesan la línea divisoria que separa una
época de la siguiente. Mientras ocurre, son muy pocos los
contemporáneos que se dan cuenta de que han entrado en una nueva
era, a no ser, claro está, que el mundo esté saliendo de una guerra
cataclísmica, como las de Napoleón o la II Guerra Mundial. Pero
esas transformaciones históricas tan bruscas no son el objeto de
este artículo. Lo que nos interesa aquí es la lenta acumulación de
fuerzas transformadoras, en su mayor parte invisibles, casi siempre
impredecibles, que, tarde o temprano, acaban convirtiendo una época
en otra distinta. Nadie que viviera en 1480 podía reconocer el mundo
de 1530, 50 años después; un mundo de naciones-estado, la ruptura
de la cristiandad, la expansión europea hacia Asia y las Américas,
la revolución de Gutenberg en las comunicaciones. Tal vez fue la
mayor línea divisoria histórica de todos los tiempos, al menos en
Occidente.
Existen
otros ejemplos, por supuesto. Cualquiera que viviera en Inglaterra en
1750, antes de que se generalizase el uso de la máquina de vapor, se
habría quedado estupefacto al ver sus usos 50 años después: ¡había
llegado la Revolución Industrial! En ocasiones, las transformaciones
entre una era y otra son incluso más rápidas, como ocurrió con el
épico periodo entre 1919 y 1939. A principios de los años treinta,
la democracia estaba desgastada, y la economía mundial, en
descomposición, pero ¿quién podía imaginar que eso iba a
desembocar en guerra y holocaustos?
¿Y
qué ocurre hoy? Muchos periodistas y expertos en tecnología
destacan con entusiasmo la actual revolución en las
telecomunicaciones -teléfonos móviles, iPad y otros artilugios- y
sus consecuencias para los Estados y los pueblos, para las
autoridades tradicionales y los nuevos movimientos de liberación. De
ello hay pruebas evidentes, por ejemplo, en todo Oriente Próximo e
incluso en el movimiento Occupy Wall Street, aunque habría que
preguntarse si alguno de los profetas de las altas tecnologías que
proclaman la nueva era en la política internacional se ha molestado
jamás en estudiar las repercusiones de la imprenta de Gutenberg o
las charlas radiofónicas de Roosevelt que oían decenas de millones
de estadounidenses en los inquietantes años treinta y primeros
cuarenta del siglo pasado.
Cada
era está fascinada por sus propias revoluciones tecnológicas, de
modo que voy a centrarme en algo bastante distinto: los indicadores
de cambio que señalan que estamos acercándonos -o tal vez incluso
las hayamos cruzado- a ciertas líneas divisorias históricas en el
duro mundo de la economía y la política.
El
primer indicador es la erosión constante del dólar estadounidense
como divisa única o dominante de reserva en el mundo. Quedaron atrás
los tiempos en los que el 85% o más de las reservas de divisas
internacionales consistían en billetes verdes; las
estadísticas fluctúan enormemente, pero la cifra actual se aproxima
más al 60%. Pese a los problemas económicos de Europa e incluso
China, ya no resulta fantasioso imaginar un mundo en el que haya tres
grandes divisas de reserva -el dólar, el euro y el yuan-, con
algunas alternativas menores como la libra esterlina, el franco suizo
y el yen japonés. La idea de que la gente va a seguir acudiendo al
dólar como "refugio" no se sostiene al ver que el país
está cada vez más endeudado con acreedores extranjeros. Ahora bien,
un mundo con varias divisas de reserva, ¿ofrecerá más o menos
estabilidad financiera?
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